lunes, 27 de octubre de 2008

LOS NEGOCIOS

1. LA ÉTICA DE LOS NEGOCIOS Y EL DERECHO DE LOS NEGOCIOS
Los negocios: los buenos y los deshonestos

La expresión “los negocios” es posiblemente ambigua, ya que también el público entiende sobre todo por ahí las malversaciones y otros arreglos de ciertos hombres públicos y de algunos dirigentes de empresas. Además, nosotros volveremos a encontrar este sentido porque, evidentemente, interesa la ética de los negocios, existiendo su contrario, el amoralismo que a veces se vuelve a presentar. Pero, en el título de la ética de los negocios, que el director de la colección me ha propuesto, es claro que la palabra negocio tiene otros sentidos. Es bien conocido por los juristas, más precisamente por los comerciantes, puesto que se ha aclimatado bastante recientemente para remplazar la expresión de derecho comercial o para completar (“el derecho comercial y los negocios”). La idea que anima a sus partidarios es la que traduce las evoluciones considerables que la materia ha conocido después de la segunda guerra mundial. Ella desplazará notablemente el acento de las actividades a las empresas, que son los agentes de la vida económica. En efecto la empresa ha llegado a ser la llave de bóveda de los negocios. Por otra parte, ella permitirá englobar todas las especies de cuestiones que no encuentren cabida en el derecho comercial (los aspectos físicos, contables, sociales [en el sentido del derecho social], etc.). En realidad, me parece que la expresión nueva traduce sobre todo la influencia considerable ejercida por la actual fuerza dominante, los Estados Unidos, donde la palabra busines reina desde hace largo tiempo.
El dominio de la ética de los negocios
Subsiste un debate entre los especialistas sobre la sinonimia o no de las expresiones derecho comercial y derecho de negocios; yo opinaré por lo afirmativo, por economía de medios, pues aquello no importa alguna especie de consecuencia para la continuación de mi reflexión. Por tanto, la ética de negocios no se limita sin duda al derecho de los negocios, igual si éste es su principal terreno de acción, de suerte que yo tenderé a realizar mis deslindes. Así, la ética de los mercados financieros o la ética de los interventores del Internet no dejan de hablar propiamente del derecho de los negocios, sino que se interesan sobre todo por la ética de los negocios.

2. LA ÉTICA DE LOS NEGOCIOS Y DE LA EMPRESA
La empresa, unidad económica
Cuál sea el punto de vista adoptado en cuanto a la evolución de la terminología, es cierto que los actores principales de los negocios son las empresas. En el primer plan o en el último, ellos estarán omnipresentes en este libro14. La empresa es un concepto económico, cuya significación precisa permanece ambigua. Paradójicamente, no existe en Francia el verdadero derecho de la empresa: este está sometido a toda especie de derechos particulares, pero ella no tiene un estatuto jurídico propio15. Es significativo que la ley del 24 de junio de 1966 sobre las sociedades haya ignorado completamente a la empresa16, aún cuando el objetivo de una sociedad es necesariamente conducir una empresa, ya que ella constituye “la estructura de acogida”. La empresa no es sino la suma de contratos y de derechos de la propiedad17. Para mi propósito, convengo que ella es una unidad económica, en la cual están agrupados y coordinados alrededor de un proyecto a realizar en conjunto, los factores materiales y humanos de la actividad económica: esencialmente el capital y el trabajo; ella constituye el punto de encuentro del capital y del trabajo, el paso obligado de quienes aportan el capital (los capitalistas18) y de quienes aportan la materia gris (los asalariados) y de su capacidad de trabajo. Estas personas se han reunido en una organización para emprender una acción común, realizar u objetivo y perseguir un propósito. Por esencia, la empresa es dinámica; y, si ella deja de ser ella, limitándose a rodar a la velocidad adquirida, pronto perderá pie y estará condenada a desaparecer. Fuera del sector terciario, ella implica frecuentemente, río arriba, a los comerciantes. Con todo, su verdadera finalidad está río abajo: es la clientela. La causa final de la empresa no es ni la de crear empleos ni la de hacer fructificar un capital: está al servicio de la clientela, que consume los bienes que ella produce o utiliza los servicios que ella propone; la libre competencia se justifica así. Yo retornaré repetidas veces. Las sociedades tenían un poco olvidada esta perspectiva, durante los “treinta gloriosos” (según a famosa fórmula de Fourastié). Pero ellas vuelven aquí, signo entre otros de reencontrarse con la ética. Así “los principios de acción” de Rhöne-Poulenc enuncian: “nuestros clientes son nuestra razón de ser. Nosotros debemos estar permanentemente prontos a escucharlos, anticipar sus necesidades, y responderles según el principio de la calidad total”19. Y el presidente Vivendi afirma que “nuestra sola razón de ser es nuestra capacidad para satisfacer al cliente final, es decir, al consumidor. Ello supone un profesionalismo técnico (innovación y calidad de técnicas empleadas); un profesionalismo de servicio (disponibilidad y fiabilidad); y un profesionalismo económico (mejor relación calidad-precio)”20.

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